URGENCIA DE SER POETISA

Llamo a las poetisas que me escuchan y las convoco con el nombre poetisas por tres razones. Una poetisa es una sacerdotisa, es una pitonisa y es una papisa. Esto es lo que nos proponemos a explicar.

Sacerdotisa significa la que está consagrada, no a un oficio sino a un dios. O a una diosa: la palabra. La palabra no fue creada por el hombre para ser subyugada y sometida. La Palabra creó al hombre en un acto de amor. La vocación de sacerdotisa, implica compromiso, respeto, entrega, amor y comprensión en el sentido de abarcar, de estar en comunión con La Palabra. La palabra es para conocer
La poetisa como pitonisa: es de resaltar que para los hindúes la mujer tiene sus chakras más desarrollados que el hombre, por la capacidad que se le ha dado para crear vida. Un hombre que hace arte o se dedica a la meditación, puede desarrollar sus chakras hasta alcanzar una total apertura, pero le costará más trabajo. La mujer ya nace con esta ventaja. Por eso, si un poeta debe ser visionario, una mujer que es además poetisa, debe serlo más. En primer lugar, cuando alguien dice que escribe para sí, es una mentira, porque el lenguaje escrito nace de una necesidad de expresión. Los estudiosos dicen que el lenguaje poético no comunica, porque no es directo, y he ahí su magia. Decir “voltee a la derecha y camine cien pasos” no es poesía. Pero indudablemente, el lenguaje poético sí debe expresar. Y siempre hay otro a quien expresarle algo por medios poéticos. Ahora, ¿quién es ese otro? No son los amigos. No son los familiares. No son, ni siquiera, los hijos. Así los poemas vayan dedicados a quienes he mencionado atrás, la poetisa escribe para el otro de un futuro que no verá. Entonces, el ser pitonisa es trascender el tiempo con la poesía.

Y por último, la poetisa como Papisa. Papisa es la que oficia un ritual, y dirige un culto. La poesía es un ritual, es sagrada y es divina. Todas las religiones del mundo, partiendo por los hindúes, los chinos, los judíos, los griegos, los romanos, los japoneses, pueden tener divergencias en la práctica, y algunos aspectos doctrinales. Pero todas parten de lo mismo: Al principio era la Palabra, el Verbo, el Sonido; era anterior a la luz porque ella hizo la luz. La manifestación más antigua y más pura de esa palabra sagrada son los mantras y los ensalmos. Ellos son la prueba más directa, y mantras tienen todas las religiones. Mantra es una palabra sánscrita, pero en todas las religiones existen cadenas de palabras cuyo significado no está en la palabra en sí, y tampoco está para que la razón lo comprenda, está para que el cuerpo reciba su resonancia, y para que todos los pasadizos de nuestra alma se llenen con esa agua y con esa luz que da el sonido. La poesía es lo más cercano que hay al mantra. Hoy el verso es libre, pero no es libertino. Conserva una música. Para entender el proceso, la poetisa debe saber términos como pentámetro yámbico, soneto, verso blanco y verso con rima, asonancia y consonancia, aunque su intención no sea usar esas formas. Porque la poesía y la música nacieron juntas y siempre van a ser hermanas. Ayer, la poesía sonaba como un canto creado por el hombre, hoy suena como campanillas al viento. Por otro lado, la poesía, como la música, no está creada para entender, sino para sentir. Por eso, la poesía no comunica. Y por eso es la expresión más pura y más transparente del lenguaje humano. Pero, así mismo, esto nos lleva a decir que la poetisa, si hablamos de nosotros, no es una diosa. La palabra sí lo es. La palabra no le debe respeto al poeta, pero el poeta sí debe en cada momento de su vida, respetar la palabra. Por eso no podemos matarla con cosas manidas, cansadas, bagazos del lenguaje que se desecharon por contrahechos o porque se dijeron muchas veces. No podemos dejar pasar los lugares comunes en nuestra poesía. La poesía es hacer inusuales los lugares usuales.
Eso nos transporta a otro tema: la poesía… ¿es expresión de sentimientos o es un juego con las palabras? Ante esto muchos nos pueden decir que cada cual es libre de escribir lo que siente, pero una cosa es decir: “yo escribí lo que sentía” y otra muy distinta, decir: “yo elaboré este poema”. Esto sonará un poco contradictorio pero la verdad es que la poesía no nace del sentimiento. Las lágrimas nacen del sentimiento. Y de esas lágrimas puede salir un texto. Pero ese texto no necesariamente va a ser poesía. Porque la poesía nace del trabajo. La pelea debe ser únicamente con las palabras. Cuando un escrito deja de ser una rabia, un dolor, una ilusión personal para volverse un juego, un deleite con las palabras, ahí será arte, ahí será poesía. Y cuando deja de ser mi ira y comienza a mostrar la compleja maquinaria que es el tiempo y el mundo y el hombre, ya no es sólo poesía, es alta poesía. Este tipo de poesía ya no habla de mí, habla de lo invisible que a mí me mueve.
Vicente Huidobro dijo una vez que el poeta tiene tres misiones en la vida: crear, crear y crear. Y qué es crear? Es innovar. Es romper. Aquí hay que hacer una aclaración. Para mí, las palabras son dioses, pero no por ello se nos prohíbe romperlas. Las piedras para muchas culturas antiguas tenían una connotación divina, pero no por ello dejaban de romperlas, de cambiar su forma para constuir edificaciones o para hacer estatuas. Las palabras, al romperlas, al abrirlas, al tallarlas, nos muestran nuestros orígenes. Eso permite que crear sea darle al lector imágenes que él nunca va a ver en la realidad, como, dice Huidobro, un pájaro parado en el arcoiris, o un horizonte cuadrado. Si uno reacciona contra estas imágenes tal vez risibles en la vida cotidiana, y trata de meter lo sólido, concreto, racional, en un poema, dice Huidobro –quizá con alguna variación en las palabras--, “tal vez sirva para amoblar su casa pero no servirá para amoblar su alma”. Por eso una poetisa no debe escribir un poema si no está absolutamente segura de que está diciendo algo totalmente nuevo. Decir que no hay nada nuevo bajo el sol es una postura perezosa. Las herramientas nunca serán nuevas: el martillo, el hacha, el serrucho. Esas son las palabras y los objetos de la vida cotidiana. Pero las posibilidades de organizarlas y reordenarlas son infinitas. Como las posibilidades que nos da un bloque de piedra.
Ahora, no hay que desechar todo lo que va antes del creacionismo; eso sería como decir que Quevedo o San Juan de la Cruz no innovaron en nada. Si nos centramos sólo en los poemas escritos por mujeres, y miramos los trabajos de Sor Juana Inés o de Santa Teresa, vamos a ver unas imágenes que nos dejan sin aliento. Ellas no dirían que el sol calienta o que la luna es blanca. La idea no es describir en un poema, situaciones que ya todos conocen. La idea es ir al alma de las cosas. Y el alma no es lógica. Por ejemplo, decir que la luna sale de noche no es poesía. Es una verdad. Pero la verdad cansa a la poesía. Poesía es decir, por ejemplo, citemos a Neruda, que los astros tiriten. Ya dije antes que hay que conocer las formas clásicas de la poesía, estudio necesario para todo poeta, pero hay que tener cuidado con eso porque la poesía no está en la forma. La forma es una herramienta. Pero la forma sin contenido es igual que un carro sin motor: no me lleva a ninguna parte. No me transporta. Algo que la poesía ha sido y ha de ser siempre, es un medio de transporte. Debe sacar mi mente, y ojalá mi alma, a otro tiempo y a otro espacio, o mejor aún, más allá del tiempo y del espacio. Sacarme de mi cotidianidad y conectarme con lo más íntimo de mí mismo que es lo más íntimo de todos los seres humanos que han poblado el mundo. Un texto que no cumpla esta función, no es poesía.
Tampoco se le puede pedir a una poetisa: escribe sobre tal tema. Los poemas no nacen de una idea, nacen de una imagen, de un relampagazo, hasta de un sabor. De una pulsión, de una música, de un deseo, de una palabra. Ya dije que escribir es un trabajo, pero no debe ser trabajoso. Es arduo, puede llevarle horas y a veces días a la poetisa, pero es sólo porque es un ser vivo y toma su tiempo, como la oruga para transmutar en mariposa. Hay orugas que tienen hasta nueve transformaciones, como el gusano de seda. Lástima que casi nunca la dejamos realizar este mágico proceso. Pero es parte de su naturaleza. Jamás le pediremos a esas orugas que se transformen en guayabas. Es lo mismo que forzar nuestra alma a vibrar en un compás que no es nuestro. El poema viene de un lugar que no sabemos, entra por el estómago como un relámpago y pensamos que ha nacido de una vivencia. Las vivencias sirven para comprender mejor lo que nos pasa, para expresarlo mejor quizá, pero la poesía no viene de lo que se vive. Es un momento de perfecta sincronía entre nuestra alma y ese algo que nos viene de ese nosedonde. Ese algo sube muy rápido, se depura en el corazón, se pule en la cabeza y sale. Si el proceso es al contrario, no sirve.
Por otro lado, si nos ponen a elegir entre el bordado y la poesía, o entre el baile y la poesía, hay que elegir el bordado o el baile. Ser poeta o poetisa no es un hobbie. Es una necesidad fisiológica. Se come poesía, se respira poesía, se excreta poesía, y cuando sale, produce el alivio de quien llega rabioso a la cima de una montaña y grita. Es mentira que sólo por ser mujer ya tiene uno la poesía ganada. Nadie puede decir “soy mujer y por ende soy poetisa” sino “yo estoy consagrada a la poesía”. El título se recibe cuando menos se espera. Nosotros no trabajamos para la fama. No trabajamos para. Trabajamos por. Por necesidad. Por deleite. Porque sí.
Ahora, ¿sobre qué escribe una poetisa? Una mujer no es más mujer –o menos mujer— porque sea poetisa. La poesía de la mujer no se caracteriza por ser más sensible que la del hombre. Eso está bien para una propaganda de Vel Rosita, pero no para la poesía. Mujer, la poesía te libera de ser madre, hija, esposa, novia, de ser hormona, ternura, lágrima y dolor. Nosotros no somos mujeres. Somos imitaciones del estereotipo mujer. En la poesía el yo circunstancial y de género es un lugar común. La papisa, la pitonisa, la sacerdotisa, en fin, la poetisa, se hace una con la poesía, sacrifica su yo y se devora su propio corazón.
Hay otro aspecto importante del ser poetisa. Ahora hay muchas maneras de publicar todo lo que se escribe: los chats, los blogs, facebook o los correos masivos en que uno puede decir en powerpoint lo que siente. Pero la poetisa no debe buscar que todo lo que escriba sea, por una parte, poético, y por otra, publicable. De nuevo, ser poetisa es trabajar, consagrarse. Ser poetisa no es publicar. Por una razón además ecológica: la verdadera poetisa es creadora, es dadora de vida, es una con lo sagrado, por eso no contamina y publica sólo lo mejor. Es importante tener conciencia ambiental. Conciencia y paciencia. La poesía no debe contaminar el mundo, debe purificar el alma.
Las palabras son un juego, hermoso, intrincado, arduo. Tantos siglos de buena poesía, no nos podemos hacer los tontos escribiendo como cavernícolas… “mi mamá me mima”, “la luz calienta”, “eres mi vida, mi cielo, mi amor”… Rompe. Rompe los paisajes. Desaprende. Mira ese pájaro elevándose en el cielo. Y piensa: es el pájaro el que vuela en el cielo, o es el cielo que va empujando al ala que va empujando al pájaro? Las frases no existen. Olvídate de ellas. Sólo tienes las palabras como fichas de lego nuevo. Ahora, hay una última cosa que hay que decir de la palabra. La palabra, por ser El Dios, es inabarcable y en gran parte incomprensible. Un poeta, una poetisa, navega hasta el borde del lenguaje y se da cuenta de que no puede decirlo todo. De que sólo se puede perseguir la luz recóndita de las palabras, sin apresarlas nunca. Sólo nos quedan sobre el papel, las letras, plumas calcinadas de esa experiencia con el Verbo incandescente. El ser poetisa es una elección que está predestinada al fracaso, y por eso es bella; es bella en cuanto trágica. Ser poetisa es someterse al awaré, que significa asombro en japonés, y se escribe igual que conciencia en inglés. Es asombro y conciencia. Un estudioso del Haiku alguna vez dijo que lo sagrado para los japoneses era como llegar a un recinto del que se acabara de ir la persona amada, y en el que apenas quedara su fragancia. No se puede abarcar, apenas percibir un ténue rastro. Y la poesía para los japoneses parte de eso: de ese aliento que deja lo sagrado sobre lo creado, y de lo aún más ínfimo que el lenguaje poético puede expresar sobre esa experiencia mística. Yo convoco a todos los que me escuchan, a no olvidar de dónde nos vinieron las palabras. A tratarlas como dioses vivos. A oficiar el culto de constante éxtasis que es la poesía.

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